Resiliencia
- by Ian Kiddo
- 27 jul 2015
- 3 Min. de lectura

Día 222
La noche es fría, puedo sentir el aire helado entrar por la ventana de mi departamento y dirigirse hasta mi cama, la sensación que produce en mi es familiar, es como sentir de nuevo los insultos de mi ex novia furiosa cuando me encontró desnudo en esta misma cama acompañado por otra persona, me pongo a pensarlo y es algo gracioso porque al igual que aquel día estoy desnudo, aunque esta vez me encuentro solo, los vellos de mis piernas y brazos se erizan nada mas de pensar que dentro de un par de horas tendré que ponerme a trabajar, aún no he decidido a quien atenderé, incluso no sé si levantarme de la cama para trabajar.
Miro fijamente el techo de mi habitación y me pierdo durante unos instantes observando como la luz que proviene de la calle se ha colado a través de la ventana, dibujando algunas líneas de luz dentro de la habitación, cierro mis ojos durante unos segundos trago un poco de saliva y el sabor viene a mí, el dulce sabor de la saliva de esa persona que no tiene ni veinte minutos que se ha ido para dejarme completamente solo, aunque siempre me ha gustado considerado solitario y dueño de mí espacio.
Estiro mi mano un poco hacia la derecha para encontrar mi cajetilla de cigarrillos, saco uno de esos pequeños misiles de color blanco y café, jugueteo con el cigarrillo entre mis dedos y busco en el buró mi encendedor favorito, uno de color dorado que le gane hace tiempo a un Exorcista y maestro de las artes obscuras en una de esas borracheras con tequila que como es costumbre para mí siempre terminan con un sexo ocasional, enciendo el cigarrillo y por unos segundos le dedico un pensamiento a ese estudioso de demonios.
Mientras fumo, dirijo la mirada hacia la obscuridad de la noche, la ciudad se escucha silenciosa, más de lo normal, creo que esta noche será una de las tranquilas así que con mi mano izquierda toco mi pecho y después mi abdomen, mientras le digo a mi panza en voz alta
-¡Deja de rugir, o vuelvo a llenarte de whisky!-
Al parecer mi estómago está más furioso que ese último cliente al que no quise brindarle el servicio, pobre infeliz.
De nuevo el frio de la noche me ataca con sus duros golpes helados, me recuerdan un poco los
golpes que me propinaba mi padre cuando era pequeño, aunque no se comparan en nada con los golpes que me propinaron hace algunos días, quien iba a saber que existe un demonio de hielo en el infierno, no es algo lógico, siempre pensé que los demonios estaban hechos de fuego e ira no de hielo e ira, observo mi cuerpo y en cada uno de los rasguños que me ocasiono ese animal aún tengo un poco de hielo en cada herida, se ve hermoso a la luz de la luna, es como una cicatriz hecha con diamantes, una vez intente quitarme una costra, el dolor fue tan insoportable que me quede desmayado por dos horas, así aprendí mi lección, es mejor dejar que las costras caigan por sí mismas, además solo duran un par de días o al menos eso es lo que me dijo un amigo.
-Maldito John,
Cierro de nuevo mis ojos, escucho pasos, provienen del corredor, espero que no sea algún cliente, no estoy de humor, la puerta emite un discreto nock, nock,
-Maldita sea, sabía que ese sonido vendría-
Me levanto de la cama y camino hacia la puerta, no me importa estar desnudo, en cualquiera de mis dos profesiones la ropa siempre sale sobrando, pues no contratas a un escort por la ropa que trae puesta, más bien lo contratas para que se quite la ropa, en cuanto a mi otra profesión creo que aplica de manera similar, porque si contratas a un asesino a sueldo, te da igual la ropa que esté usando, lo importante es que elimine a la persona que le indiques.
Abro la puerta y lo que veo es a una hermosa mujer, alta de cabello rubio y ojos azules como el hielo, en su mano izquierda sostiene una tarjeta de presentación, me mira de pies a cabeza y de regreso, en verdad que es bella y espero de todo corazón que no me busque para matar a su esposo, pero si es eso para lo que ella me va a contratar, pienso darle una muestra gratis de mi otro servicio.
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